NiñoCapucha
Tratando de rescatar este changarro es que vengo a hablar de Boyhood. Acabo de verla en la comodidad de mi hogar (medios alternativos, y no se crean, subtitulada y en alta calidad), así que el sentimiento que me deja, el humo de su mofle, por poetizar, está fresco en mi esencia. Vamos a ello, pues.
A estas alturas ya todos deben saber de qué va Boyhood: la historia de Mason, un muchacho que comienza a ser grabado desde los 6 y hasta los 18 o por ahí. Una cosa muy bárbara, pero hay que tener cuidado, porque no se trata de un biopic o un documental sino de una película hecha y derecha, un drama con actores profesionales que fue rodado cada año, por lo que uno ve cómo los actores crecen, cuestión que aprovechan en la película para así mismo presentar un desarrollo ficticio. No se dejen engatuzar: Boyhood no es real; no es una grabación sobre una familia o un retrato de autor, como los experimentos de la gente que se toma una foto diaria durante años, sino una película cuya única cualidad técnica destacable es la de haber sido rodada pocos días pero con espacios anuales entre ellos. Así que Mason crece y nosotros vemos cómo le salen pelos y cómo su familia se desmorona, sube, baja, se tranquiliza y se adapta. Y crecen, también, sí, todos envejecen en esta película, y es fascinante.
Este hecho, el tiempo, es casi tan fascinante como la historia misma y la forma de presentarla, y es muy innovador pero uno no sabe bien cómo tomarlo. Porque verán, acá en Ehdeezion llegó el comunicado de prensa de la película, un montón de papelería publicitaria con posters, calendarios, fotografías detrás de cámaras y citas del director, y una de esas declaraciones era que «el tiempo es el personaje principal de Boyhood». Generalmente esta clase de palabras son puro marketing pero en este caso es muy cierto. En lo personal lo creo, de menos, porque no recuerdo película que haga sentir el tiempo de esa manera. Pero libros sí, y ese es mi principal punto con Boyhood, lo que quiero compartir y por lo que he vuelto al blog.
Podemos tomar un elemento dentro de la película, por ejemplo, uno de los esposos ebrios de la madre de Mason. Ella es divorciada de un tipo muy simpático pero laboralmente incompetente y entonces se liga con un profesor de su universidad que termina siendo un alcohólico agresivo. Se casan y un día él la golpea y acosa a los niños aventándoles cristalería y gritándoles. Es una escena espantosa, pero el tiempo, oh, caray, la hace visiblemente grotesca y significativa, porque tiempo antes hemos visto al padre de Mason cuando este útlimo tenía siete años, cuando tenía ocho (y Mason no queriendo jugar en el boliche es regañado por su padre que le dice «no juegues con barreras hijo, la vida no te da barreras») y cuando tenía nueve vimos como se mudó contra su voluntad y luego cómo vivía nomás. Hemos visto a su madre pelear y pagar las cuentas y cocinar y vamos, nos hemos identificado, así que cuando llega lo abrupto cae en todo lo emocional. Porque además, tiempo no le falta a la película en sí (dura unas tres horas). Así que vemos muchas situaciones que parecen muy normales pero que están profunda y cuidadosamente seleccionadas. Hay muchas líneas que son intensas, que en una novela provocarían saturación, pero que la actuación impecable y el fino ritmo diluyen hasta su punto exacto soportable.
Es difícil, creo, encontrar productos audiovisuales que ofrezcan este tipo de experiencia en cuanto al paso de los días. Quien haya leído Cien años de soledad me entenderá: no se trata de la historia, que puede pasar en un día o mil centurias, sino del sentimiento de que han ocurrido momentos importantes, que el reloj ha seguido implacable. Tampoco se trata de la calidad del contenido, porque hay gente que detesta la historia de Macondo y fundamenta con argumentos que me siento tentado a respaldar, pero es inevitable negar que el pasar de los años se huele al cerrar las páginas del libro, que uno siente que ha envejecido con él. Los libros suelen dejar ese sentimiento, pero cuando la distancia temporal se excede de lo que nuestras contemplaciones como humanos alcanzan cotidianamente y cuando el novelista introduce al tiempo como un personaje omnipresente, entonces es cuando pesan mucho. Para bien o para mal, es innegable aquel peso.
Boyhood posee este peso novelesco, ya sea porque nuestro cerebro, aún en este siglo, es hábil para entender que estamos viendo un real envejecimiento y no un truco de cámara, por los ritmos, la historia o la combinación de todo.
Los detalles (la música a sincronía, el hecho de que este prácticamente hecha para mi generación o las actuaciones) son lo que me ha hecho voltear la balanza y darle mi pulgar arriba, pero en realidad esas son apreciaciones personales. Hay quien dice que la historia es malísima, por ejemplo, y estoy de acuerdo en muchos aspectos al tratarla de manera protocolaria, pero creo que más que nunca en estos años hay que juzgar con más habilidad historias poco ortodoxas, esas que ahora despiertan el furor en los críticos (Gravity, por ejemplo), y valla que esos señores pueden parecer fanfarrones pero sí que fundamenten.
Creo que lo que ha pasado en este terreno es que se ha tenido que adaptar al factor temporal, como muchos elementos en el filme, y obedece a nuevas formas narrativas, lo cual me ha gustado. Hay propuesta, pues. Mason gana altura en cada escena y la convivencia con los personajes secundarios me recuerda, ahora que pienso en narrativas, a Los detectives salvajes o La colmena, novelas con abundancia de tiempo que también, mediante distintas gentes, describen la evolución de personas y lugares y exudan una suerte de fragilidad que sólo se percibe con relojes. Termina por ser envolvente, lento pero interesante.
Desconozco la magia o técnica que hayan aventado en las imágenes de esta película pero me ha gustado y, más que nada, intrigado. ¿Qué se necesitará para hacer sentir doce años? O sesenta o cien. Lo que parece cierto, por ahora, es que se requieren tres horas de cinta. Y eso sí, advertencia, parece tranquila, y lo es, justo por eso no lleven a las abuelas ni a los niños: los segundos terminaran devorándose a las primeras, que entonces estarán dormidas, por aburrimiento.
Calificación: 8
Actuaciones: 10
Buena onda del papá biológico: 9.5
Escena final de la mamá: 9
Primera canción: 2
Última canción: 8.666666666666…
Calificación de Frenec: como entre 4 y 6
Chupadas para llegar al centro de la chupa chups: 90 y tantas